miércoles, 2 de septiembre de 2009

El factor Mitsubishi

Publicado en El Nacional el 2 de septiembre de 2009

El cierre de la planta de Mitsubishi, Hyundai y Fuso (MMC Automotriz), en Barcelona, fue una salida que sorprendió al país... pero, sobre todo, al jefe del sindicato, Félix Martínez, dirigente de la UNT Anzoátegui, y militante de la Corriente Marxista Revolucionaria, acostumbrado a desmanes sin consecuencias. Ahora, la bomba que construyó en meses de campear por sus fueros le ha estallado en la cara.

En enero de este año, las labores de Mitsubishi fueron suspendidas al ser objeto de una toma organizada por el sindicato de obreros, que exigía la incorporación a la nómina de 135 operarios cesanteados por Indusservi, tras el cierre de las empresas Vivex y Metalpress, que sucumbieron por la presión laboral. Como Mitsubishi se negó a enganchar a esos trabajadores, el sindicato tomó la planta. A finales de enero, 2 tribunales acordaron medidas de amparo a favor de MMC Automotriz, que tardaron en ejecutarse porque el sindicato impedía la apertura de la planta. El 29 de enero, una jueza se presentó en la empresa con la Policía de Anzoátegui; y, cuando cortó la cadena que clausuraba el paso, se produjo un enfrentamiento entre los tomistas (quienes después aseguraron que no estaban armados) y los uniformados. La violencia cobró 2 víctimas mortales y varios heridos. El conflicto se profundizó.

El 21 marzo se llegó a un acuerdo para retomar las actividades: la empresa debía cumplir una serie de compromisos con los trabajadores y estos empeñaban su palabra para garantizar que la planta produciría 60 vehículos por jornada. Todas las partes firmaron el pliego. Era vital su cumplimiento, ya que de él dependía la paz entre los trabajadores y el patrono, la productividad de esa industria y casi 2.000 puestos de trabajo.

En esa ocasión, al levantarse la huelga, Félix Martínez declaró su malestar frente a instituciones (se refería al Ministerio del Trabajo) "que lo que generan es la conciliación de clases"; desde su perspectiva, la clase trabajadora debía "tomar el control de los medios de producción, para desarrollar el proyecto socialista". Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar, y el promedio de unidades ensambladas fue de 33 (en 2004, con 590 trabajadores, se producían 59 unidades diarias). Un poco más de la mitad de lo pactado.

Mientras, los abusos de los sindicalistas llegaron a lo intolerable. No fueron nada las groserías, el desacato, la hostilidad hacia los superiores, en fin, la cultura antiproductiva estimulada por el Gobierno y reforzada por las misiones, ahora de capa caída. No es sólo que en las inspectorías del Trabajo se ha acumulado una gran cantidad de calificaciones de despidos que las empresas solicitan sin que se les concedan, generalmente por politiquería. No se trata ya de la total desproporción entre el sector productivo y el Gobierno desmantelador de aquél, ni tampoco de la ley de inamovilidad laboral, que ya tiene siete años.

Se trata de que en Mitsubishi el sindicato mantenía un ambiente cargado de amedrentamiento, improperios, insultos. Se trata, en suma, de que el viernes 21 de agosto fueron encontrados en Planta Barcelona carteles, pintados a mano, que representaban a un supervisor colgando de una horca, y tenían pintarrajeadas abiertas amenazas. El lunes, la directiva de Mitsubishi, persuadida de que lo próximo sería el cumplimiento de esas sentencias, decidió cerrar de manera indefinida por "las situaciones de indisciplina, anarquía, violencia y sabotaje que han generado la productividad más baja de la empresa en los últimos cinco años". Y entonces Félix Martínez dijo que la decisión de la gerencia lo había tomado "por sorpresa".

La arena sindical, revuelta por crímenes, corrupción y toda clase de manejos mafiosos, es el tablero político más candente, complejo y peligroso del país en la actualidad. Los monstruos que Chávez creó se le han salido de control y hoy vemos un gobierno acoquinado frente a dirigentes sindicales que matan, extorsionan y se proclaman bolivarianos.

Mitsubishi ha apretado el botón de alarma: así no se puede trabajar; no es posible convivir con una fuerza destructiva, altanera e impune, cobijada en un sindicalismo. Y alrededor de esta determinación de no aceptar más amenazas y exabruptos se congrega, tímida pero activa, una mayoría decidida a arrebatar la República a la minoría violenta que la tiene secuestrada.

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